jueves, 27 de abril de 2017

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA pero también como ilustración de los nuevos hábitos de la izquierda política salvadoreña.

No soy fan de Sigfrido Reyes.

Pese a que coincidimos en el gusto por las artes plásticas y la aspiración al cosmopolitismo, creo que es uno de los funcionarios públicos con peor actitud de la última década.

Por actitud no me refiero a que se haga el simpático cuando lo entrevistan o a que sea de los hipócritas que aparecen besando a niños en las campañas electorales.

Lo suyo no es un problema de histrionismo, sino de intolerancia. Más que ninguno de sus colegas de los dos gobiernos del FMLN, Reyes exhibió cada vez que pudo su incapacidad para manejar el disenso y la crítica, con expresiones groseras contra quien fuera, desde políticos de otros partidos hasta embajadores en el país, funcionarios del Órgano Judicial, analistas de distintos sabores y periodistas. Hasta Medardo González, que no tiene un don de gentes, eh, profuso, ha sido más diplomático que el presidente de PROESA.

En su esfera personal, cualquier salvadoreño puede descalificar a quien sea, ser intolerante a otros credos, discriminar por orientaciones sexuales y cultivar el odio. Pero cuando se vive de la función pública, aun si uno es profundamente antidemócrata, debe disimularlo.

A diferencia de esta regla de ordinario sentido común, Reyes y muchos de sus compañeros del partido oficial han dado rienda suelta a un apetito común: exhibir su desprecio por los que piensan diferente, como si todos los que cuestionan su trabajo y preguntan por sus actuaciones fueran execrables criaturas del infierno.

Cuando se ha vivido una década como empleado del servicio público, y cuando se ha construido un patrimonio familiar merced de la generosidad del erario que todos los contribuyentes alimentan con sus impuestos, ser humilde ante la crítica y apoyar con entusiasmo la transparencia no debería ser opcional.

La actitud de Reyes ha ido precisamente en la dirección contraria, y por eso se convirtió en un personaje impopular; era lógico luego de todos los denuestos que repartió en los últimos años y de publicitar más su apoyo a algunas causas internacionales que a las necesidades de la ciudadanía.

Pero solidario con uno de sus cuadros más fieles, el FMLN lo protegió, ofreciéndole una cartera que le garantizara bajo perfil, ser representante gubernamental en la esfera internacional y un salario superior al del presidente de la república.

En lugar de la exposición pública y los repetidos cuestionamientos periodísticos que sufrió como presidente de la Asamblea Legislativa, como cabeza de PROESA nadie le hace tantas preguntas, ni se cuestiona por qué no hay una sola acta de su consejo directivo en el portal de transparencia.

¿Reyes era el hombre ideal para ese trabajo? Quizá... ¿Ese era el trabajo ideal para Reyes? Obviamente no, porque esta semana el Gobierno enmienda los términos y le agrega un inesperado carácter diplomático, con hartos beneficios derivados.

Si el exdiputado tiene todos sus papeles en orden y la investigación que Probidad de la Corte Suprema de Justicia le sigue por presunto enriquecimiento ilícito le es favorable, debemos interpretar ese cambio de diseño de su cargo como solo otra consideración de sus padrinos en el FMLN.

Cualquier otro resultado del proceso que se le sigue, en cambio, nos obligará a aceptar que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ha copiado otro de los rasgos que tanto le criticó a la derecha política, uno de los más odiosos: darle más valor a la militancia que a la decencia.

Un partido político puede sobrevivir por más antipáticos, desubicados y socialmente inválidos que sean sus dirigentes; de lo que no puede salir ileso es de una epidemia de inmoralidad.


domingo, 26 de marzo de 2017

La máquina



Columna de opinión publicada hoy en la edición print de La Prensa Gráfica. Una reflexión sobre porque El Salvador es tan susceptible a los trolles de los dos últimos ex presidentes.

Ese dinero no volverá. Ninguno de esos centavos, de esos millones de dólares que exfuncionarios de distinto cuño le robaron a la ciudadanía regresará. Y si vuelven, serán solo centavos.
Así pues, el ejercicio que sigue ocupando buena parte de los esfuerzos de la Fiscalía General de la República tiene como propósito la reparación a las arcas públicas solo como figura retórica, como esa metáfora más veces amarga que dulce a la que llamamos justicia.
El principal valor de ese afán institucional es que los ciudadanos conozcamos la verdad de esos desfalcos, si tales prácticas fueron posibles además de por la calaña de los indiciados gracias a la existencia de un método.
Si hubo un método para despojar al Estado y beneficiar a particulares, entonces hubo un sistema que al menos lo permitió; si ese sistema existe, instalado en el aparato gubernamental, es porque hay una cultura de desprecio al interés público.
Talvez de las eventuales condenas a esos personajes derive una convicción ciudadana más firme y menos distraída sobre la naturaleza del poder político y su estatus como antípoda de la sociedad civil.
Consciente de esta posibilidad, el partido en el Gobierno y sus ujieres –algunos de ellos enfundados en la camisa de ARENA– hacen lo imposible para popularizar otra noción, la de que la justicia que pregona la contraloría a través de los casos de los últimos dos expresidentes es una vulgar vendetta política, y que la Fiscalía salvadoreña es una locomotora, una máquina de tripas al rojo vivo, con insaciable apetito por la destrucción.
En esa descalificación del trabajo fiscal, Elías Saca y Mauricio Funes gozan de impredecibles aliados: los enemigos que dejaron en la esfera política, en los medios de comunicación y el a veces chabacano manejo de la información de la misma FGR. Entre ellos, rebajan la discusión de estos casos al campo de la politiquería nacional, y transforman el análisis de lo sucedido en una carrera de insultos divertidos, la más salvadoreña de las virguerías.
La celeridad y facilidad con la que se pasa de la información a la opinión y de la opinión a la celebración de un resultado penal cuando los juicios no han superado la instrucción –o ni siquiera se han abierto– es de mal gusto tratándose de funcionarios de elección popular, increíble cuando proviene de profesionales del derecho, e imperdonable viniendo de informadores o periodistas.
El mal disimulado encono que se le tiene a uno o a otro expresidente en esas esferas facilita la confusión del ciudadano. Es una lástima que el énfasis no se ponga en la justicia que todos queremos, sino en la venganza que unos pocos necesitan.
Igual pasa con la política de comunicaciones de la Fiscalía, que si bien ya no raya en el culto a la personalidad característico de la administración de Luis Martínez, cae más veces de lo necesario en un exceso de detalles que, si no es en manos de un juez, solo sirven para alimentar el morbo y manipular a la opinión pública. Tal práctica es irresponsable per se y ni se diga en casos a los que la volátil opinión ciudadana es tan susceptible como los de la corrupción de los primeros funcionarios del Estado.
Tan urgente es desarmar esta máquina como aquella: la del linchamiento figurado como la del despojo del erario. Queremos la verdad, no brujas en una hoguera.

jueves, 16 de marzo de 2017

Simplificación y propaganda

Si el periodismo español luce mal con forofos disfrazados de analistas a uno y otro lado, peor se ve el salvadoreño adoptando un pleito barriobajero.


El arbitraje del Barcelona-PSG, el 8 de marzo en Camp Nou, fue desastroso. Deniz Aytekin (alemán, 38 años) no sancionó un penalti de Javier Mascherano contra Ángel di María, y pitó dos a favor del Barcelona, uno de ellos bastante discutible.
Aytekin no era la mejor carta para ese partido. Este año, había pitado siete veces antes del 6-1 azulgrana; en tres de ellos superó las cuatro tarjetas, y en febrero arruinó un partido de Copa Alemana entre el Borussia Dortmund y el Hertha de Berlín, en el que sacó 10 amarillas y una roja.
En una escogitación al azar, comparando a Aytekin con otros dos árbitros que dirigieron vuelta de octavos de final de la UCL, el ruso Sergei Karasev (pitó Atlético de Madrid-Bayer Leverkusen) y el rumano Ovidiu Hategan (administró el Juventus-Oporto), queda clara la propensión del alemán a recurrir a la roja y a sancionar penaltis por encima del estándar.
En sus 54 partidos internacionales, exhibió un promedio de 0.46 penaltis, 0.3 expulsiones y 4.28 amonestaciones (http://worldreferee.com/site/copy.php?linkID=7373&linkType=referee&contextType=stats para una mejor descripción). Eso es el doble del ratio de penaltis de Hategan, que tuvo 0.19 expulsiones por partido. Ni siquiera Karasev, que apenas inicia su quinto año como internacional, tuvo números tan altos, y rozó el 3.31 en amonestaciones por salida.
El alemán es pues un árbitro al que puede definirse como tarjetero y con el penalti fácil. Sólo el apadrinazgo de Senez Erzik, vicepresidente del comité arbitral de la UEFA, y de otros funcionarios en la mesa de las designaciones continentales le permitió llegar a ese partido, con el resultado ya descrito.
Su actuación basta para no ponerlo a pitar en lo que queda del calendario UEFA 2016-2017. Pero, ¿su nombramiento es entonces una prueba de que la UEFA conspira a favor del Barcelona o en contra de otros clubes europeos, el Real Madrid entre ellos? ¿Sus errores lo demuestran? En lo absoluto. Y sobre lo infantil que resulta esa teoría es que va la segunda parte de este post.

Puntos suspensivos

La penosa performance de Aytekin se transformó en materia prima de la fábrica de descalificación mediática que el Barcelona y el Real Madrid tienen montada en sus áreas de influencia desde hace décadas.
Así funciona el periodismo deportivo español, y no han habido Segurolas ni De la Morenas que puedan detenerlo. El elogio es superlativo ("lo que ha hecho este Barça es lo más grande que se ha visto jamás" escribió Lluís Mascaró, director adjunto de Sport), y la crítica es superlativa, un efecto lógico cuando los periodistas y el medio para el que escriben se declaran abiertamente aficionados de un equipo y de los valores que le achacan, amén que forman parte de la misma mercadotecnia de un modo intrínseco.
Repentinamente, el triunfo del Barcelona se convirtió en la reivindicación de un estilo de juego, toda una imprecisión de parte de los analistas catalanes y proculés pues esa misma filosofía deportiva de la que hablan se fue diluyendo desde la salida de Josep Guardiola; es más, Luis Enrique llegó con el objetivo de alejar al Barcelona de ese abrevadero, no con el de darle continuidad. La ausencia de autocrítica en el camerino que dirige el asturiano tiene mucho que ver con este exitismo tan poco guardiolesco; en el club en el que jugar bien era preferible a ganar mal, ahora se está más cerca de Schuster que de Cruyff.
Y a la inversa, desde el otro patio se le endilgan al Barcelona unos favores arbitrales continuos que sólo se explican con una hipótesis a lo Fox Mulder según la cual la UEFA le ha facilitado arbitrajes condescendientes en la última, ¿qué?, ¿década? Sólo esa hipótesis, y no los méritos de planificación de Begiristain ni el talento de la planilla dirigida por Guardiola, explicarían la importancia del Fútbol Club Barcelona como modelo de juego en este siglo.
Esa simplificación absoluta de la historia del fútbol es una posición razonable viniendo de los aficionados madridistas de pura cepa, pero inaceptable del periodismo, a menos que se cuente con siquiera un indicio estadístico, o mejor aún con la confesión de Aleksander Ceferin.
Cuando los que reproducen en los medios de comunicación esas teorías y esas posiciones no son periodistas españoles sino salvadoreños, sólo caben unos avergonzados puntos suspensivos. Suficientes porquerías ocurren en el fútbol salvadoreño como para malgastar tiempo de análisis en teorías conspirativas allende el Atlántico. Hay charlas que sólo caben en un cafetín universitario.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Eunucos, no

Publiqué esta columna el domingo anterior, 12 de marzo para más señas, en la sección editorial de La Prensa Gráfica, inspirado mayoritariamente por mi sobrina mayor, una mujer inteligente y sensata, con preguntas sobre los temas más amargos de nuestra vida nacional, a la que no me la imagino perdiendo su tiempo en ninguno de los partidos políticos.

Mentes inteligentes aún florecen en la sociedad cuscatleca, jóvenes que quieren una primavera para el país, recuperar el espacio para caminar y ser.


Muchas de ellas se aglomeran en las universidades, disfrutando la fortuna de conocerse. Otras esperan una oportunidad de empleo; sin ella, no habrá estudio ni futuro posible, solo supervivencia. Demasiadas de ellas languidecen en un barrio sin mayor oportunidad que la del subempleo o la pandilla.
Toda esa juventud, patrimonio inalienable de El Salvador, figura de modo colateral en la agenda gubernamental. Asignatura imperdible de nuestros actuales cuadros políticos es garantizarle un futuro a esos ciudadanos a través de una mayor inversión en educación y de mejores oportunidades de primer empleo. Concentrar la discusión nacional en si los contribuyentes debemos o no pagarle la liposucción a esta diputada, o en si nuestra pensión debe ocuparse para costear los viajes de Sigfrido o las biblias de Gallegos, es perder un tiempo que no tenemos. El futuro está a la vuelta y es gente que necesita herramientas para aprender y producir.
Por esa metódica falta de respeto del “establishment” político a los jóvenes salvadoreños es que, con sorpresa, descubrimos por estos días que algunos de estos compatriotas del nuevo milenio también deambulan, huérfanos de apoyo, en ARENA y en el FMLN.
Las personas de las que hablo nacieron y crecieron con los gobiernos democráticos posteriores a la guerra; para ellos, pues, la alternancia en el poder es natural, no un resultado de la dialéctica histórica de nuestra nación. Guerrilleros y militares no son sino ignotos personajes de sus libros de texto, y los políticos actuales solo actores infelices de un presente incompleto y perfectible.
En resumen, que para ellos Shafick es tan cercano como los próceres, y d'Aubuisson es un redondel.
Son capaces, son jóvenes, son críticos y la mayoría de ellos aman a su país. Confían en que convertirán a El Salvador en un mejor lugar para vivir. Lo anhelan porque quieren vivir en su tierra como antes lo hicieron sus abuelos y sus padres. Pero con menos odio.
Por eso es surrealista que gente de tal calidad aún se adscriba a estos partidos políticos. Y por “estos” me refiero a su naturaleza, a su diseño, a su inspiración, no a su contenido. ARENA y FMLN responden a la misma pretensión sectaria, a la misma visión de una sociedad dividida en la que solo caben los iguales, a la misma aspiración de aniquilar la disidencia no solo en el metro cuadrado en el que conviven los correligionarios sino en los 21,000 kilómetros del territorio.
Que en uno de ellos quepa toda la falange franquista, se haga quema de Bocaccio y se prohíban los discos de Pink Floyd, o que en el otro partido le sigan creyendo la misa a Medardo ya son las miserias propias de cada quien, mera anécdota, el yin y el yan del mismo circo intolerante.
Me da pena que estos cipotes pierdan su tiempo de ese modo, pero me consuela creer que estas personas fabulosas solo atraviesan una etapa de su aprendizaje: conocer y detestar el modo salvadoreño de hacer política.
Confío en que la vida me permitirá ver al menos el inicio del fin de la partidocracia en El Salvador. Antes, esta juventud prometedora, educada de modo tan ecléctico y desordenado pero a la vez desenfadado y contemporáneo, debe pasar de largo de estos cumbos de mediocridad, y fortalecer la ciudadanía con movimientos civiles vigorosos, llenos de las hormonas de la libertad, no eunucos de los viejos poderes.


domingo, 27 de noviembre de 2016

El atajo

Columna publicada domingo 27 de noviembre, en la sección editorial de La Prensa Gráfica. 


El atajo


Gobernabilidad construida a puros sobornos. Un atajo de vividores y mantenidos, convertido en el atajo de la democracia.


Hay un diferendo sobre si la discrecionalidad en el uso de los fondos públicos de parte de algunos presidentes de la República era o no delictiva; es el modo elegante que algunos comunicadores han elegido para referirse al caso Saca, y a la práctica de sobresueldos patrocinada por Capres que el ex fiscal general, Luis Martínez, ha ventilado. Y entre más atención se le pone al guion que entretiene estos días al país, la situación tiene cada vez más drama familiar y menos la entiende el común de nuestros ciudadanos.
La FGR no tiene por qué ser buena a nivel discursivo, claro. Y lo suyo es que el juez entienda de qué va la historia, no la opinión pública. Pero para darle una ayudita, en resumen hay indicios fuertes de que en varias administraciones del Ejecutivo, los más caros funcionarios saqueaban el erario para pagar sobresueldos y sobornos.
El método será revelado paulatinamente, con esos detalles morbosos, casi pornográficos, que inundan la plática ciudadana: camionetas pagadas con monedas, mansiones convertidas en museos del mal gusto, queridas con piso puesto, queridos con piso puesto, diputados que se ganaban la lotería una vez al año, liposucciones pagadas por los contribuyentes... una apología del exceso que reduce la suma de nuestros más caros burócratas a literalmente un bestiario.Pero en esencia, los detalles son solo morbo, material para el escarnio público de los caídos en desgracia, deporte nacional con cada vez más adeptos. A fin de cuentas, et cognoscetis veritatem et veritas liberabit. Y esencialmente, ya sabemos lo que se ha cocinado habitualmente merced a la metódica y puerca discrecionalidad del uso del erario alguna vez llamada “partida secreta de la Presidencia”. Esa certeza ya nadie podrá quitárnosla: hemos sido gobernados durante la mayor parte de nuestra vida “en democracia” por una banda de rateros e irresponsables.Aún no sabemos si solo la mayoría (Saca, Funes, Sánchez Cerén) o si todos los gobiernos posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz instituyeron el saqueo al erario a través de la ilegítima práctica de pagarles sobresueldo a algunos funcionarios, incluyendo de los poderes Legislativo y Judicial, así como sobornos a personajes de la actividad privada.Es imperdible saberlo. Y es aún más urgente entender por qué lo hicieron.¿Que no era más fácil construir una estructura, idear un método, sobornar a los pocos contralores con alguna migaja o extorsionarlos con alguna verdad incómoda y quedarse ellos y su círculo más cercano con el dinero? Panamá por aquí, Cayman Islands por allá, algunos socios en el frijolar y ya.Quizá lo era. Pero además de irresponsables, muchos de nuestros funcionarios han tenido ínfulas de estadistas, y por encargo de las cúpulas de las que son empleados recibieron el encargo de mantener un clima de negocios amigable a través de la “gobernabilidad”, palabreja que se refiere a que las cosas fluyan, a que el Estado de Derecho no sea un estorbo, a que la justicia no sea universal, a que la Fiscalía tenga amnesia selectiva, a que los diputados sean dóciles y los magistrados de la Corte, mansos.La gobernabilidad así entendida requiere de unos funcionarios sin convicción; para no correr riesgos, había que sobornarles. En efectivo. Sin dejar rastro, creían ellos.Y ahora, el establishment (hoy más que nunca una mala palabra en El Salvador) busca el modo de compartir esta historia con usted y conmigo. Incluso a las puertas de regalarnos algunas mentiras, porque creen que no podremos lidiar con una verdad tan fantástica como indignante.¿Quién sigue, señor fiscal?

martes, 2 de junio de 2015

¿Por qué renunció Blatter?

Al estupor inicial por la renuncia de Joseph Blatter, cabe preguntarse qué o quién le cambió su opinión de modo tan drástico en 100 horas.
Si el viernes, el economista y administrador suizo arengaba a su tropa de 133 fieles con un repetido “Let’s go FIFA”, ayer, taciturno, reconocía: “no creo tener un mandato de todo el mundo futbolístico: los fanáticos, los jugadores, los clubes, la gente que vive, respira y ama el fútbol no está conmigo”.
La controversia nunca detuvo a Blatter, discutido tanto adentro como afuera de Zúrich desde su elección como sucesor de Joao Havelange en 1998. No es el disenso lo que le derroca. ¿Quién entonces?
Fuentes policiales europeas reconocían ayer la posibilidad de que los sucesivos escándalos hayan minado la protección de la cual Sepp ha gozado en el Cantón de Zúrich, sede de la FIFA. Buena parte de los privilegios de ong de los que goza el organismo tienen que ver con el lobby político de Blatter, sobre todo con el gobernante Partido Suizo de la Gente, una organización de centro derecha.
En cuanto la Fiscalía suiza anunció que relanzaría la investigación sobre sobornos a cambio de los votos para la adjudicación de las Copas del Mundo 2018 y 2022, el escenario político permisivo alrededor de Blatter cambió.
La posibilidad de un trato entre el ex jefe de la FIFA y las autoridades helvéticas, renunciando de su posición a cambio de una promesa de ser enjuiciado en su país es fuerte.
Y no sería paranoico de parte de Blatter: ya sabe que el Departamento de Justicia de E.U.A. y el FBI lo investigan; The New York Times y ABC lo publicitaron ayer.
A la inercia política doméstica en su contra cabe añadir que dos de los cinco principales patrocinadores de FIFA, Visa Inc. y The Coca Cola Company, son estadounidenses, y que mantener tratos con una firma investigada en territorio americano por fraude, soborno y lavado de activos puede afectar directamente el valor de sus acciones.
Si Blatter sobrevivió a la pérdida de Sony, Emirates, Castrol, Continental y Johnson & Johnson, la reducción de su círculo de sponsors a sólo tres (uno de ellos ruso para más inri por el tema de la elección de 2018) era impensable. Pero cabe preguntarse si estas dos firmas se habrían arriesgado a presionarlo en conjunto y en privado.
Finalmente, el César de la Roma de los deportes habría dimitido ante la inminente traición de sus tres principales pretores: el estadounidense Chuck Blazer, el trinitario Jack Warner y el aún oculto Worawi Makudi, aún activo en el comité ejecutivo de la FIFA y presidente de la Federación Tailandesa de Fútbol.
Blazer, cuyo testimonio será publicitado hoy por el Departamento de Justicia Estadounidense, destruirá lo que queda del comité ejecutivo de FIFA; Warner puede hablar de la trama de sobornos alrededor de las elecciones; y Makudi, de amaños y su relación con la cúpula de la Internacional.
Blatter prefirió irse antes. Unas horas antes...

viernes, 27 de febrero de 2015

¿Para qué votamos?

El domingo de elecciones es un feriado sin ruedas ni mango twist. Y así como se festejan las patronales del pueblo sin saber quién es el santo, se procede a votar por costumbre, no por reflexión.

Recuerdo a Chico Quiñónez, el hombre que ganará las elecciones; a Merecen, el partido de la gente pobre, que tenía una paleta de fresa como símbolo; Al Paisa, que era como un club de militares, pero light (si es que tal cosa es posible); y a partidos que siempre metían al menos a uno en las fotos, llámeseles Acción Democrática, PPS, POP, PAR, MAC y un largo etcétera. Algunos de esos partidos y de los hombres detrás suyo animaron las primeras elecciones posteriores al recrudecimiento de la guerra civil en 1981, cuando asistir a las urnas era una declaración en sí misma.
Sí, hubo una época en la que ir a votar era relevante, y no por lo que" esos desalmados harán con el Gobierno", poco original sonsonete sin copyright al cual los salvadoreños ya estamos acostumbrados, sino porque demostraba la convicción de paz de la mayoría, la creencia en el sistema de partidos como camino opuesto al autoritarismo militar. Pese al historial de elecciones fraudulentas a lo largo de las tres décadas precedentes, un millón de salvadoreños participó en las cinco elecciones de los 80, aún cuando como propósito expreso del ya olvidado pacto de Apaneca, el pensamiento de izquierda no estuvo representado auténticamente en ninguna de ellas sino hasta 1989.  
Aún cuando esos ejercicios electorales no podían garantizar más que una movilización del régimen militar a un modo más "benigno" de autoritarismo, y a que algunos analistas las consideraron sólo una argucia de relaciones públicas patrocinada por Estados Unidos, muchos de los votantes entendían lo valioso que era mantener viva esa herramienta para la construcción de una sociedad democrática, en oposición al de la victoria por la vía armada al que aspiraban los grupos fácticos y la insurgencia. Afortunadamente, los electores nunca dejaron de creer.
Treinta años después, el sistema de partidos en El Salvador da la impresión de ser más plural, con una distancia ideológica más grande entre sus polos, léase Arena-PDC entre 1982 y 1989 versus FMLN-Arena desde 1994. Sin embargo, la intensidad ideológica asociada a cada uno de esos polos disminuye con el rejuvenecimiento del padrón electoral, además que cada uno ya ha sido gobierno y en consecuencia los escenarios apocalípticos relacionados con una eventual victoria del opositor ya no conectan con el público.
¿Votar en estos tiempos es tan relevante como en los 80 o los 90? Lo es como revalidación del sistema, claro. Ningún salvadoreño que se diga demócrata puede cuestionar a sus compatriotas que entienden este como un día importante. Pero los institutos políticos se han quedado atrás respecto de la sociedad, no sólo por permanencia de sus cuadros dirigenciales sino por reproducción de idearios extemporáneos. En algunos casos, están tan anclados a sus viejos reflejos que escuchamos a sus nuevos rostros, hombres y mujeres treintañeros, hablando como si el golpe de 1979 hubiese sido ayer. Y en ese anacronismo reside el peligro de que la política se vuelva irrelevante. 
El efecto de esa oferta de contenido tan pobre es que la mayoría vamos a votar sólo para reafirmar nuestra visión del país, ya ni siquiera nuestra afiliación o militancia, valores cada vez más desprestigiados. Y la cosmovisión poco tiene que ver con el desempeño de los políticos, con cómo lo hicieron y lo hacen los gobernantes, con las sonrisas en los spots y con el photoshop en la papeleta. Es mayormente inconmovible.
Votamos como reafirmación de quiénes somos más que en función de lo que los partidos políticos ofrecen y de qué tan bien o mal lo han hecho al gobernar.




Los rostros de la bandera

Publicado en La Prensa Gráfica el 15 de febrero de 2015.

 

Hace algunos meses, se creyó que la posibilidad de votar por los rostros de los candidatos a diputados y ya no solo por las banderas de los partidos que los proponen tendría efectos telúricos en el escenario electoral 2015.

 
A la larga, los institutos políticos se encargaron de devolver a la ciudadanía a la realidad: en algunos casos mejoraron el empaque, en ninguno de ellos el producto.

De la repartición de recriminaciones e injurias que antes caracterizaba a las campañas de diputados, pasamos a la actual colección de huecos eslóganes, enternecedores jingles con rimas facilonas o chabacanes juegos de palabras con los apellidos de los candidatos. Uno no sabe si le están vendiendo una plataforma política o si quieren que vayamos a la heladería.

Ninguno de los candidatos a diputados se ha distinguido por su feroz adhesión a alguno de los temas más urgentes para la ciudadanía (delincuencia, recuperación del espacio público, protección al consumidor), menos aún a los delicados (trato a los delincuentes menores de edad, aborto, unión homosexual, etcétera), que conectarían por oposición o apoyo con esos inmensos nichos sobre los cuales dormimos.

Ya que el nivel discursivo de la campaña ha sido pobre, y se redujo a personas enfundadas en los colores de su partido recitando los elementales valores liberales, ha sido imposible distinguir no solo entre quienes son de un departamento del país netamente agrícola o de otro de alta composición urbana, sino entre los que son de un partido o de su antípoda.

Tal profusión de candidatos incoloros, inodoros e insípidos no es producto de la incompetencia de sus asesores de comunicación; simplemente es el resultado de la naturaleza de los partidos políticos en El Salvador, que continúan siendo verticales, con un ideario corto y sin producción intelectual.

El patrimonio de los principales institutos políticos nacionales ha sido su cuota de adeptos en un escenario polarizado.

En una sociedad poco ilustrada como la nuestra, la opinión pública es altamente vulnerable a las lecturas maniqueas y simplistas. Y los salvadoreños tenemos tan afincado ese método de entender la realidad, que lo trasladamos a todos los órdenes de nuestra vida, desde el insólito “¿usted es Barcelona o Real Madrid?”, hasta la íntima identificación con rojos o azules.

Simpatizar con ARENA o con el FMLN es solo uno de los rasgos de la cosmovisión de cientos de miles de salvadoreños que, aún sin declararse de izquierda o de derecha, asocian esos colores a un modo de vivir, a una posición respecto a la Iglesia, a las autoridades, a las relaciones internacionales... Hay una carga de conceptos primarios muy fuerte que los salvadoreños asociamos automáticamente a esas dos banderas.

Ambos partidos lo saben, y por eso, si el candidato a diputado no es suficientemente atrevido, inteligente o singular en sus propuesta, se verá arrasado por el peso de la bandera con que calza su foto en la comunicación y en la papeleta.

A fin de cuentas, y a menos que el candidato sea tan fotogénico como para ganarse el voto sin que lo hayamos escuchado, o que haya planteado soluciones creativas en esas migajas de publicidad que su partido le ha regalado, la principal razón que tendremos para votar por rostro será paradójicamente la bandera que lo respalda.

martes, 3 de febrero de 2015

Descafeinado y con Splenda

Publicado el domingo 1o. de febrero en la sección Opinión de La Prensa Gráfica.

Pese a que El Salvador vive sumido en un mar de problemas, los políticos tienen cada vez menos cosas sobre las cuales discutir. Y no lo hace sólo por incapacidad discursiva, sino por estrategia, lo cual es aún peor. Y también porque creen, en un ejercicio de insensato optimismo, que saldrán ilesos de este proceso electoral. 

En el caso de la derecha salvadoreña, o en todo caso de su instrumento más público como es el Partido ARENA, es cierto que no le pasará nada decisivo en estas elecciones. No le pasará en marzo porque lo más importante, la salida de Norman Quijano del círculo de decisiones y su descenso del Valhalla, ya está consumado.

Pese a haberse convertido accidentalmente durante algunas semanas del año pasado en el principal agitador del país, Quijano mantenía un importante capital político, y era un vehículo legítimo para que algunos sectores se sintieran representados en el Coena, y con posibilidades de ser el contrapeso del núcleo más conservador. 

Su demolición en tiempo récord y la sustitución exprés de su figura por la de Edwin Zamora son la quintaesencia de los problemas por los que pasa la derecha desde la división entre areneros y saquistas: curiosamente los tecnócratas parecen tener más territorio que partido, y los delfines, más partido que territorio. Esa ecuación no se resuelve con eslóganes. 

A la inversa, a ese instrumento de la nueva tecnocracia llamado Partido FMLN al que algunos aún relacionan con el pensamiento de izquierda, puede pasarle algo decisivo en estas elecciones, un resultado del cual no saldrá indemne: el triunfo de Nayib Bukele.

El triunfo de Mauricio Funes en 2009 ya arrojaba luces sobre el cambio en la composición del electorado salvadoreño, con un importante porcentaje de voto joven (más de 700 mil votantes menores de 23 años) que no entiende de militancias, y que como contraposición a décadas marcadas de dogmatismo, desdeña la dialéctica de la Guerra Fría y no es apasionada del contenido sino esclava de la imagen, de su explotación y divulgación. 

Pero Funes no era sólo ni principalmente imagen, y en el triunfo del FMLN a través suyo había mucho de lógica histórica, misma que casi disculpaba a la Comisión Política del partido por haberlo elegido pese al prontuario de contras de su personalidad que finalmente saldrían a flote durante su administración (y que algunos siguen sufriendo, pero ya no en cadena nacional, sino por apostolado personal).

La elección de Nayib Bukele como contrincante contra Norman Quijano revela entonces un cambio en la estrategia electoral del FMLN que ya no es coyuntural sino metódico: dirigirse a ese votante joven al que llevándole el contenido más franco de su discurso y presentándole a los más orgánicos de sus cuadros no podrían convencer de cosa alguna. 

A cambio de hacer clic con ese importante porcentaje del padrón, el partido acepta a una persona cuyos reflejos nunca serán los mismos del FMLN. La pregunta es si lo hizo creyendo que Bukele perdería, o creyendo que su eventual victoria no le representará un dolor de cabeza dentro de dos años, cuando comience a discutirse sobre los presidenciables de 2019. Será entonces que esta versión light de ese instituto político tendrá su hora de la verdad.

Aunque sus caminos han sido divergentes, los comandos de campaña de unos y otros llegaron a la conclusión que para ganar la Alcaldía de San Salvador había que hablar de todo menos de los problemas de la ciudad. El debate de esta semana lo demostró.

Los trending topics de la campaña de Bukele y Zamora deberían ser "tren de aseo", "paradas de buses", "ventas en el centro", "alumbrado" o "baches". Pero lo que se aprecia es a dos hombres que quieren cambiarle el rumbo al país desde una institución que ni siquiera ha resuelto el desorden en el cobro de las tasas municipales. 

Eso ocurre porque quizá los publicistas conocen mejor a los votantes que los políticos a los ciudadanos, y entienden que la democracia en El Salvador, en enero de 2015, se trata menos de ser representativa o legítima y más de ser simpática y entretenida.

jueves, 1 de mayo de 2014

Esta sí la gana "el Cuate"

Esta nota la escribí hace un año y medio. El profesor Castillo me pidió embargarla hasta nuevo aviso. Creo importante publicarla ahora, para que haya más luz sobre porqué se fue y cómo se fue. La posteo sin cambiarle el título ni una sola palabra.

 

El silencio espartano que sucedió al viaje de Juan de Dios Castillo de vuelta a México induce al equívoco al público, que considera cerrado ese episodio. Mientras, desde la Federación Salvadoreña de Fútbol no se espera menos que una demanda del mexicano por rescisión unilateral de contrato, y se espera que una paralela demanda por abandono de trabajo contra el ex seleccionador tenga éxito.


Luego del fracaso de la selección en la segunda fase de la eliminatoria, Castillo quedo huérfano, considerado mayoritariamente como uno de los principales responsables de la mediocre exhibición a doble partido contra Guyana, y de la derrota ante Costa Rica en el estadio Cuscatlán.
Atrapado por un contrato que lo ligaba al menos otros diez meses al entrenador, y convencido que defender su continuidad equivaldría a erosionar más su imagen, el comité ejecutivo de la Fesfut decidió bajarle el pulgar a Castillo. La aparente dilación que le llevó cesarlo se debió exclusivamente a que se buscaba indemnizarlo con el menor porcentaje posible de la cláusula de 150 mil dólares.
Castillo creyó posible (así de mal relativizó lo que había pasado) su continuidad, y que se le confiaría la misión de renovar al combinado mayor, e incluso informó a la Fesfut que convocaría a la preselección para participar en Copa Uncaf a sus primeros entrenos el 28 de noviembre; confeccionó un listado de jugadores y lo entregó, pero fue detenido en seco el 22 de noviembre por una carta que puede ser la fuerza probatoria estelar de una querella.
Ese día, Castillo recibió un oficio del secretario general de la entidad, el licenciado Juan Valiente, comunicándole tres hechos fundamentales:
a) que quedaba desligado de sus responsabilidades como seleccionador nacional mayor; b) que se le trasladaba a la unidad de planificación y desarrollo; c) que se le cumpliría su contrato en su totalidad.
Aquí está la carta: Carta de despido
De inmediato, el mexicano comenzó a evaluar los escenarios, que iban desde quedarse en un entorno hostil trabajando como asesor pero con el peligro de no tener influjo en las decisiones de los entrenadores de las juveniles -que en aquel momento eran José Luis Rugamas y Mauricio Alfaro-, hasta negociar un mejor porcentaje de la cláusula e irse a su casa, en Monterrey.
El contrato de Juan de Dios Castillo consideraba la asesoría para las selecciones menores pero como una tarea  derivada de su función principal; al menos ese era el planteamiento inicial del ex seleccionador, tal cual lo reconoció en sus contadas entrevistas a los medios de comunicación salvadoreños en los 21 días posteriores a la recepción de la carta.
No fue necesario evaluarlo demasiado para optar por la negociación. Y entonces comenzó la verdadera guerra fría que terminó con dos demandas ante la FIFA, una del ex empleador y una del ex empleado.

NI DINERO NI DIPLOMACIA

De entrada hubo un desencuentro. Castillo pedía la mitad de la cláusula de rescisión del contrato, y la Federación Salvadoreña de Fútbol le ofrecía el 30 por ciento; para ponerlo en verdes, 75 mil dólares sugería el entrenador, y 45 mil ofrecía la Fesfut.
Mientras las conversaciones discurrían con la lógica lentitud del caso, las partes eran bombardeadas con críticas en la esfera pública, pues sin la convicción de la salida del "Cuate", el comité ejecutivo no se animaría a firmar a Agustín Alberto Castillo, aún cuando la decisión de convertirlo en el nuevo seleccionador nacional ya se había tomado a mediados de noviembre.
Pero cuando el mexicano ya había aceptado realizar alguna concesión a la Fesfut, de modo imprevisto las autoridades del fútbol salvadoreño le informaron que ya no viviría en la casa adonde fue instalado originalmente, en Bosques de Santa Elena, y debió alojarse junto con los profesores Francisco Solís y Carlos Villarreal. 

Poco después, le cambiaron chapa a la puerta de su oficina, y no una sino dos veces. La segunda vez, ya no intentó conseguir una copia. La suerte estaba echada.
Cuando, ante la renuencia de Castillo de aceptar menos de la mitad de la cláusula, el comité ejecutivo accedió a pagarle ese porcentaje, la posición del mexicano ya había cambiado: los 150 mil dólares (100 por ciento de los términos de la rescisión) o nada.
Lo que advino fue una sucesión de episodios que no pueden considerarse sino represalias: los empleados de la Fesfut recibieron orden de no hablar con él, debió pagar una multa por que Ernesto Góchez se  retrasó en renovarle su residencia y se discutió con este, y cuando cobró su salario de noviembre, le informaron que se le harían descuentos por renta y otros conceptos que antes no se le habían hecho toda vez que su salario era libre de impuestos según contrato. Ni siquiera accedieron a darle copias de los recibos que había firmado en concepto de sueldo.
Ante ese curso de los acontecimientos, sólo esperó a que su auxiliar, Francisco Solís, arreglara con la Fesfut (el segundo del staff técnico se conformó con un finiquito y un porcentaje de la cláusula, urgido de marcharse porque tenía una hija hospitalizada), arregló su boleto en el aeropuerto, pagó la multa por el cambio de fecha de su viaje, y se fue con las mismas seis maletas con las que vino.

¿PUEDE GANAR LA DEMANDA?

Castillo ha demandado de la Fesfut el pago de salarios y la totalidad de la cláusula. En su argumentación, señala que sus responsabilidades formaban un solo conjunto bajo el concepto de seleccionador nacional mayor de El Salvador, y por ende las tareas podían variar, primigenias o derivadas, pero lo que no podía cambiar era el cargo para el cual había sido contratado.
Y ahí viene la carta referida anteriormente. Si el contrato sería cumplido "en su totalidad", y en él se habla de un rol como entrenador de la selección mayor y de unas condiciones que debían cumplirse en caso de rompimiento unilateral de la relación, la Fesfut deshonró de uno u otro modo lo que pactó con Castillo.
Los argumentos apoyan la demanda del norteamericano, sobre todo el artículo 13 (el principio del cumplimiento obligatorio de los contratos) y 17 (el principio de que en caso de rescisión de un contrato sin causa justificada se deberá pagar una indemnización que se estipulará en el contrato) del Reglamento del Estatuto y Transferencia de Jugadores de FIFA.
Mientras, a su favor la Fesfut tiene una versión de abandono de trabajo de difícil fuerza probatoria; le costará demostrar que Castillo abandonó el trabajo sin razón, no obligado por la carta mencionada.
No estamos sino ante un caso de rescisión de contrato no explícita, una muy mala estrategia de parte de la Fesfut a tenor de todo lo expuesto.
La única causa justificada de una parte para la rescisión de contrato es, normalmente, consecuencia de una violación del contrato por la otra parte. Sin embargo, este es uno de esos casos en los que una parte (la Fesfut) tuvo según su particular análisis una causa justificada para la rescisión de contrato (la eliminación de la selección) pero  la otra parte no puede ser considerada responsable de la violación del contrato, a menos que eso figurara en el acuerdo original, asidero legal que la federación no procuró.
En resumen, la Federación Salvadoreña de Fútbol tendrá que pagar; queriendo evitar una nueva salida en volandas de su seleccionador nacional, firmó un contrato que terminó protegiendo más al empleado que al empleador.

miércoles, 23 de abril de 2014

País arrebatado

Esta columna fue publicada el 15 de noviembre de 2000, en un espacio llamado Para Ver Llover, de la sección de Espectáculos de El Diario de Hoy. Vista casi década y media después, lamento decir que nada ha mejorado, exceptuando quizá el modo de escribir, si acaso menos rocambolesco, del autor, de ustedes servidor.
 
El Salvador es el paraíso de delincuentes y de los periodistas de sucesos. Los primeros asaltan, violan, extorsionan y secuestran a discreción; los segundos nos escandalizan contándonos que, de cada diez delitos, la Fiscalía suele detener a cinco culpables presuntos, sólo para dejar escapar posteriormente a cuatro, previo regaño de los jueces. ¿El quinto? Ese escapa del penal con una sonrisa de oreja a oreja, disfrazado de hipopótamo.
Entender a este país, que asiste al nuevo milenio convertido en un emporio del crimen organizado a ciencia y paciencia de los legisladores, supone voltear al pasado con paciencia, honestidad y valor. La madeja social que, a estas alturas de la bitácora cuscatleca luce como una telaraña con viudas negras encorbatadas, listas para dar el zarpazo a sufridos cinco millones de hormigas, comenzó a formarse hace décadas, cuando el autoritarismo, la pobreza rural, el hacinamiento urbano y el sometimiento de la justicia a los caprichos del poder se instalaron en el rostro de una nación.
Los noventas trajeron la paz armada, pero no la conciliación social. La postergación de esa asignatura, cobardemente borrada de la agenda gubernamental, sólo sirvió para desconsolar a nuevas generaciones de ciudadanos.
Con la identidad de postguerra a cuestas, una profunda desesperanza, el descreímiento automático en las instituciones y ahora esta ola delincuencial, los jóvenes salvadoreños se preguntan, por un lado, de dónde venimos, velado reclamo a nuestros mayores, y por el otro, adónde nos llevan.
Es difícil saber en qué parte de la realidad se esconde la verdad, en qué retazo del país se encuentra la justicia. El crimen luce omnipresente, omnisciente, omnipotente. Monstruo de mil cabezas, cuando se le cercena una, la siguiente crece, más fuerte, más voraz, impenetrable.
Aún no somos Colombia, donde ya no se diferencia entre los narcos, la guerrilla, los paramilitares y los escuadrones de la muerte. Aún no somos Oriente Medio, porque nuestro fervor religioso no llega para tanto, no tenemos lugares santos y, sobre todo, si no tenemos agua potable, 'cuantimás' petróleo debajo de la cama.
Así pues, alegrémonos. Nuestra patria (ojo, no confundir con el cementerio de periodistas patrocinado por un partido político) todavía no consigue medalla en el campeonato mundial de violencia, pero ya casi. En nuestras manos, la de decenas de miles de adultos jóvenes, puede hallarse la fórmula para salir del resumidero. Nos prohibieron entender el pasado, nos exigen someternos a este sórdido presente. Habrá que hinchar la fe para reconstruir el futuro. Pero cómo cuesta... 

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA ...