viernes, 6 de noviembre de 2009

Deberíamos platicarlo

Sólo la desgracia y la selección nacional nos ponen de acuerdo.
Todo lo demás, desde lo relevante –religión, la cosa pública, mitigación de desastres- hasta lo intrascendente –banderas en un redondel, honores fúnebres, llaves de ciudades-, es materia de disenso entre los salvadoreños, acostumbrados históricamente a resolver las diferencias violentamente.
Esa manera de pensar supone un sino trágico: si no tienes la fuerza suficiente, mejor cállate. Y no se me ocurre mejor ejemplo para ilustrarlo que los 40 pasajeros apelmazados en un bus. Todos y cada uno tiene un reclamo por la deficiente atención, por la música infernal que el motorista lleva a todo volumen, por las maneras del impresentable cobrador. Sin embargo, la lógica invertida de este gremio desanima al cliente a protestar… es que el motorista viaja armado… gracias a una ley que se lo permite.
Recién escuché a un analista político quejarse de la apatía de los ciudadanos, que no “exigen más” a los partidos políticos. Es un reclamo válido que todos le hemos hecho a ese colectivo ambiguo, pero es una pregunta hecha a espaldas de la historia. ¿Cómo pedirle a los salvadoreños que conquisten espacios para expresar sus opiniones, si durante años el mismo Estado ha etiquetado, vulnerado y alguna vez proscrito el ejercicio de la ciudadanía? En estos días, además, todo se lee en clave de guerra: propaganda o enemigos.
Como resultado de años de ese no por lógico menos lamentable desinterés por los temas nacionales, la vida política de nuestro país es ahora tan pobre que sólo la animan los partidos políticos, y algunos órganos afines a los mismos, de sabores ya conocidos.
Es un desperdicio de capacidad, porque habemos miles de salvadoreños, adentro y afuera de las fronteras, que nunca hemos entendido la realidad con el maniqueísmo de nuestros mayores, que no consideramos enemigo al que opina diferente que nosotros, deseosos de que se nos escuche sin ponerle una calcomanía a nuestras consideraciones.
O dicho de otro modo, habemos muchos con ideas que no caben en ninguno de esos cumbos a los que sólo les caben votos.
Lo que necesitamos todos, entiéndase los de ayer, los de hoy, los de más tarde, es espacios para platicar. No pretendamos ponernos de acuerdo (ya ni la desgracia lo consigue, y la selección, quién sabe), no seamos tan petulantes de aspirar a la uniformidad de criterios, noción de algunos políticos en principio mesiánica y al final totalitaria. Que nos baste con escuchar al otro, aunque no estemos de acuerdo ni siquiera en el modo con que pronuncia la erre. Preocupémonos por dotar a nuestros menores con la herramienta de la tolerancia.
Y no seamos tan ingenuos creyendo que el sistema político tal cual existe hoy nos la proveerá. Los partidos políticos se han nutrido de la intolerancia generacional; sus discursos, incluso los de sus “cuadros jóvenes” son expresión de ese cultivo.
Sin tolerancia, el futuro es predecible. Al menos en eso, estaremos de acuerdo.

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA ...