martes, 2 de junio de 2015

¿Por qué renunció Blatter?

Al estupor inicial por la renuncia de Joseph Blatter, cabe preguntarse qué o quién le cambió su opinión de modo tan drástico en 100 horas.
Si el viernes, el economista y administrador suizo arengaba a su tropa de 133 fieles con un repetido “Let’s go FIFA”, ayer, taciturno, reconocía: “no creo tener un mandato de todo el mundo futbolístico: los fanáticos, los jugadores, los clubes, la gente que vive, respira y ama el fútbol no está conmigo”.
La controversia nunca detuvo a Blatter, discutido tanto adentro como afuera de Zúrich desde su elección como sucesor de Joao Havelange en 1998. No es el disenso lo que le derroca. ¿Quién entonces?
Fuentes policiales europeas reconocían ayer la posibilidad de que los sucesivos escándalos hayan minado la protección de la cual Sepp ha gozado en el Cantón de Zúrich, sede de la FIFA. Buena parte de los privilegios de ong de los que goza el organismo tienen que ver con el lobby político de Blatter, sobre todo con el gobernante Partido Suizo de la Gente, una organización de centro derecha.
En cuanto la Fiscalía suiza anunció que relanzaría la investigación sobre sobornos a cambio de los votos para la adjudicación de las Copas del Mundo 2018 y 2022, el escenario político permisivo alrededor de Blatter cambió.
La posibilidad de un trato entre el ex jefe de la FIFA y las autoridades helvéticas, renunciando de su posición a cambio de una promesa de ser enjuiciado en su país es fuerte.
Y no sería paranoico de parte de Blatter: ya sabe que el Departamento de Justicia de E.U.A. y el FBI lo investigan; The New York Times y ABC lo publicitaron ayer.
A la inercia política doméstica en su contra cabe añadir que dos de los cinco principales patrocinadores de FIFA, Visa Inc. y The Coca Cola Company, son estadounidenses, y que mantener tratos con una firma investigada en territorio americano por fraude, soborno y lavado de activos puede afectar directamente el valor de sus acciones.
Si Blatter sobrevivió a la pérdida de Sony, Emirates, Castrol, Continental y Johnson & Johnson, la reducción de su círculo de sponsors a sólo tres (uno de ellos ruso para más inri por el tema de la elección de 2018) era impensable. Pero cabe preguntarse si estas dos firmas se habrían arriesgado a presionarlo en conjunto y en privado.
Finalmente, el César de la Roma de los deportes habría dimitido ante la inminente traición de sus tres principales pretores: el estadounidense Chuck Blazer, el trinitario Jack Warner y el aún oculto Worawi Makudi, aún activo en el comité ejecutivo de la FIFA y presidente de la Federación Tailandesa de Fútbol.
Blazer, cuyo testimonio será publicitado hoy por el Departamento de Justicia Estadounidense, destruirá lo que queda del comité ejecutivo de FIFA; Warner puede hablar de la trama de sobornos alrededor de las elecciones; y Makudi, de amaños y su relación con la cúpula de la Internacional.
Blatter prefirió irse antes. Unas horas antes...

viernes, 27 de febrero de 2015

¿Para qué votamos?

El domingo de elecciones es un feriado sin ruedas ni mango twist. Y así como se festejan las patronales del pueblo sin saber quién es el santo, se procede a votar por costumbre, no por reflexión.

Recuerdo a Chico Quiñónez, el hombre que ganará las elecciones; a Merecen, el partido de la gente pobre, que tenía una paleta de fresa como símbolo; Al Paisa, que era como un club de militares, pero light (si es que tal cosa es posible); y a partidos que siempre metían al menos a uno en las fotos, llámeseles Acción Democrática, PPS, POP, PAR, MAC y un largo etcétera. Algunos de esos partidos y de los hombres detrás suyo animaron las primeras elecciones posteriores al recrudecimiento de la guerra civil en 1981, cuando asistir a las urnas era una declaración en sí misma.
Sí, hubo una época en la que ir a votar era relevante, y no por lo que" esos desalmados harán con el Gobierno", poco original sonsonete sin copyright al cual los salvadoreños ya estamos acostumbrados, sino porque demostraba la convicción de paz de la mayoría, la creencia en el sistema de partidos como camino opuesto al autoritarismo militar. Pese al historial de elecciones fraudulentas a lo largo de las tres décadas precedentes, un millón de salvadoreños participó en las cinco elecciones de los 80, aún cuando como propósito expreso del ya olvidado pacto de Apaneca, el pensamiento de izquierda no estuvo representado auténticamente en ninguna de ellas sino hasta 1989.  
Aún cuando esos ejercicios electorales no podían garantizar más que una movilización del régimen militar a un modo más "benigno" de autoritarismo, y a que algunos analistas las consideraron sólo una argucia de relaciones públicas patrocinada por Estados Unidos, muchos de los votantes entendían lo valioso que era mantener viva esa herramienta para la construcción de una sociedad democrática, en oposición al de la victoria por la vía armada al que aspiraban los grupos fácticos y la insurgencia. Afortunadamente, los electores nunca dejaron de creer.
Treinta años después, el sistema de partidos en El Salvador da la impresión de ser más plural, con una distancia ideológica más grande entre sus polos, léase Arena-PDC entre 1982 y 1989 versus FMLN-Arena desde 1994. Sin embargo, la intensidad ideológica asociada a cada uno de esos polos disminuye con el rejuvenecimiento del padrón electoral, además que cada uno ya ha sido gobierno y en consecuencia los escenarios apocalípticos relacionados con una eventual victoria del opositor ya no conectan con el público.
¿Votar en estos tiempos es tan relevante como en los 80 o los 90? Lo es como revalidación del sistema, claro. Ningún salvadoreño que se diga demócrata puede cuestionar a sus compatriotas que entienden este como un día importante. Pero los institutos políticos se han quedado atrás respecto de la sociedad, no sólo por permanencia de sus cuadros dirigenciales sino por reproducción de idearios extemporáneos. En algunos casos, están tan anclados a sus viejos reflejos que escuchamos a sus nuevos rostros, hombres y mujeres treintañeros, hablando como si el golpe de 1979 hubiese sido ayer. Y en ese anacronismo reside el peligro de que la política se vuelva irrelevante. 
El efecto de esa oferta de contenido tan pobre es que la mayoría vamos a votar sólo para reafirmar nuestra visión del país, ya ni siquiera nuestra afiliación o militancia, valores cada vez más desprestigiados. Y la cosmovisión poco tiene que ver con el desempeño de los políticos, con cómo lo hicieron y lo hacen los gobernantes, con las sonrisas en los spots y con el photoshop en la papeleta. Es mayormente inconmovible.
Votamos como reafirmación de quiénes somos más que en función de lo que los partidos políticos ofrecen y de qué tan bien o mal lo han hecho al gobernar.




Los rostros de la bandera

Publicado en La Prensa Gráfica el 15 de febrero de 2015.

 

Hace algunos meses, se creyó que la posibilidad de votar por los rostros de los candidatos a diputados y ya no solo por las banderas de los partidos que los proponen tendría efectos telúricos en el escenario electoral 2015.

 
A la larga, los institutos políticos se encargaron de devolver a la ciudadanía a la realidad: en algunos casos mejoraron el empaque, en ninguno de ellos el producto.

De la repartición de recriminaciones e injurias que antes caracterizaba a las campañas de diputados, pasamos a la actual colección de huecos eslóganes, enternecedores jingles con rimas facilonas o chabacanes juegos de palabras con los apellidos de los candidatos. Uno no sabe si le están vendiendo una plataforma política o si quieren que vayamos a la heladería.

Ninguno de los candidatos a diputados se ha distinguido por su feroz adhesión a alguno de los temas más urgentes para la ciudadanía (delincuencia, recuperación del espacio público, protección al consumidor), menos aún a los delicados (trato a los delincuentes menores de edad, aborto, unión homosexual, etcétera), que conectarían por oposición o apoyo con esos inmensos nichos sobre los cuales dormimos.

Ya que el nivel discursivo de la campaña ha sido pobre, y se redujo a personas enfundadas en los colores de su partido recitando los elementales valores liberales, ha sido imposible distinguir no solo entre quienes son de un departamento del país netamente agrícola o de otro de alta composición urbana, sino entre los que son de un partido o de su antípoda.

Tal profusión de candidatos incoloros, inodoros e insípidos no es producto de la incompetencia de sus asesores de comunicación; simplemente es el resultado de la naturaleza de los partidos políticos en El Salvador, que continúan siendo verticales, con un ideario corto y sin producción intelectual.

El patrimonio de los principales institutos políticos nacionales ha sido su cuota de adeptos en un escenario polarizado.

En una sociedad poco ilustrada como la nuestra, la opinión pública es altamente vulnerable a las lecturas maniqueas y simplistas. Y los salvadoreños tenemos tan afincado ese método de entender la realidad, que lo trasladamos a todos los órdenes de nuestra vida, desde el insólito “¿usted es Barcelona o Real Madrid?”, hasta la íntima identificación con rojos o azules.

Simpatizar con ARENA o con el FMLN es solo uno de los rasgos de la cosmovisión de cientos de miles de salvadoreños que, aún sin declararse de izquierda o de derecha, asocian esos colores a un modo de vivir, a una posición respecto a la Iglesia, a las autoridades, a las relaciones internacionales... Hay una carga de conceptos primarios muy fuerte que los salvadoreños asociamos automáticamente a esas dos banderas.

Ambos partidos lo saben, y por eso, si el candidato a diputado no es suficientemente atrevido, inteligente o singular en sus propuesta, se verá arrasado por el peso de la bandera con que calza su foto en la comunicación y en la papeleta.

A fin de cuentas, y a menos que el candidato sea tan fotogénico como para ganarse el voto sin que lo hayamos escuchado, o que haya planteado soluciones creativas en esas migajas de publicidad que su partido le ha regalado, la principal razón que tendremos para votar por rostro será paradójicamente la bandera que lo respalda.

martes, 3 de febrero de 2015

Descafeinado y con Splenda

Publicado el domingo 1o. de febrero en la sección Opinión de La Prensa Gráfica.

Pese a que El Salvador vive sumido en un mar de problemas, los políticos tienen cada vez menos cosas sobre las cuales discutir. Y no lo hace sólo por incapacidad discursiva, sino por estrategia, lo cual es aún peor. Y también porque creen, en un ejercicio de insensato optimismo, que saldrán ilesos de este proceso electoral. 

En el caso de la derecha salvadoreña, o en todo caso de su instrumento más público como es el Partido ARENA, es cierto que no le pasará nada decisivo en estas elecciones. No le pasará en marzo porque lo más importante, la salida de Norman Quijano del círculo de decisiones y su descenso del Valhalla, ya está consumado.

Pese a haberse convertido accidentalmente durante algunas semanas del año pasado en el principal agitador del país, Quijano mantenía un importante capital político, y era un vehículo legítimo para que algunos sectores se sintieran representados en el Coena, y con posibilidades de ser el contrapeso del núcleo más conservador. 

Su demolición en tiempo récord y la sustitución exprés de su figura por la de Edwin Zamora son la quintaesencia de los problemas por los que pasa la derecha desde la división entre areneros y saquistas: curiosamente los tecnócratas parecen tener más territorio que partido, y los delfines, más partido que territorio. Esa ecuación no se resuelve con eslóganes. 

A la inversa, a ese instrumento de la nueva tecnocracia llamado Partido FMLN al que algunos aún relacionan con el pensamiento de izquierda, puede pasarle algo decisivo en estas elecciones, un resultado del cual no saldrá indemne: el triunfo de Nayib Bukele.

El triunfo de Mauricio Funes en 2009 ya arrojaba luces sobre el cambio en la composición del electorado salvadoreño, con un importante porcentaje de voto joven (más de 700 mil votantes menores de 23 años) que no entiende de militancias, y que como contraposición a décadas marcadas de dogmatismo, desdeña la dialéctica de la Guerra Fría y no es apasionada del contenido sino esclava de la imagen, de su explotación y divulgación. 

Pero Funes no era sólo ni principalmente imagen, y en el triunfo del FMLN a través suyo había mucho de lógica histórica, misma que casi disculpaba a la Comisión Política del partido por haberlo elegido pese al prontuario de contras de su personalidad que finalmente saldrían a flote durante su administración (y que algunos siguen sufriendo, pero ya no en cadena nacional, sino por apostolado personal).

La elección de Nayib Bukele como contrincante contra Norman Quijano revela entonces un cambio en la estrategia electoral del FMLN que ya no es coyuntural sino metódico: dirigirse a ese votante joven al que llevándole el contenido más franco de su discurso y presentándole a los más orgánicos de sus cuadros no podrían convencer de cosa alguna. 

A cambio de hacer clic con ese importante porcentaje del padrón, el partido acepta a una persona cuyos reflejos nunca serán los mismos del FMLN. La pregunta es si lo hizo creyendo que Bukele perdería, o creyendo que su eventual victoria no le representará un dolor de cabeza dentro de dos años, cuando comience a discutirse sobre los presidenciables de 2019. Será entonces que esta versión light de ese instituto político tendrá su hora de la verdad.

Aunque sus caminos han sido divergentes, los comandos de campaña de unos y otros llegaron a la conclusión que para ganar la Alcaldía de San Salvador había que hablar de todo menos de los problemas de la ciudad. El debate de esta semana lo demostró.

Los trending topics de la campaña de Bukele y Zamora deberían ser "tren de aseo", "paradas de buses", "ventas en el centro", "alumbrado" o "baches". Pero lo que se aprecia es a dos hombres que quieren cambiarle el rumbo al país desde una institución que ni siquiera ha resuelto el desorden en el cobro de las tasas municipales. 

Eso ocurre porque quizá los publicistas conocen mejor a los votantes que los políticos a los ciudadanos, y entienden que la democracia en El Salvador, en enero de 2015, se trata menos de ser representativa o legítima y más de ser simpática y entretenida.

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA ...