viernes, 6 de mayo de 2011

El otro circo

Siempre revisando entre mis cosas viejas (antes de que se las coman las polillas o en mi casa se ponga ecológicas), encontré esta columnita de la serie "Para ver llover", publicada en El Diario de Hoy el 10 de noviembre de 1999. Es que recién leí en el periódico que viene un circo. Y el tiempo no ha pasado...

El olor a dulce algodón, la hedentina de las palomitas de maíz y los bostezos del león. Los circos siempre me han encantado, pese a que, cuando pequeño, los payasos no dejaban de darme miedito.
A diferencia del cine y del teatro, donde asisto con cada vez más distancia de espectador, menos predispuesto a ser parte de la maravilla y tristemente propenso a la lectura crítica, el aire circense me desarma por completo. La última vez que fui a una carpa, hace poco menos de un año, salí con la boca abierta como sietemesino.
Anoche, al pasar frente a la compañía de los hermanos noséqué -por supuesto, provenientes de México y armados de los mejores malabaristas del mundo y de la guapa Yajaira, la domadora de inusuales carnívoros-, no pude disimular una sonrisa.
Mi alegría bebió de dos fuentes harto diferentes. Por un lado, anoté en la agenda de mi ocio semanal una cita con tigres y trapecistas, acompañado de mi sobrina (para disimular); por el otro, recordé que en San Salvador contamos con una función permanente de prestidigitadores y juguetones bufones.
Somos tontos al no aprovecharla, ya que cualquier ciudadano puede asistir a las sesiones de la Asamblea Legislativa sin que le cobren un centavo. Las funciones, debo reconocerlo, se repiten hasta el cansancio, y de vez en cuando el auditorio se cansa de la misma rutina. El último sketch se intitula "Cascarita dueñuebuses y los cipotes envidiosos". Un clásico del absurdo.
Otro numerito simpático es aquel de "Piñatilla quiere ser fiscal", donde un señorón pasa del orgullo al ninguneo en menos de tres escenas. Los niños interesados tienen hasta el 20 de noviembre para divertirse, aunque hay algunos episodios un poco pornográficos, cuando Piñatilla se pone a mentarles la madre a los otros personajes.
A mi en lo particular no me agrada mucho esos cuenteretes. Ese asunto de que los payasos se peguen entre ellos, se insulten y se enojen, me parece de mal gusto. Por eso me quedo con el circo tradicional, el que produce risa, no vergüenza. El que nos recuerda lo lindo que era ser niños, y no lo trágico de ser ciudadanos salvadoreños.
Beatriz gozará con los hermanos noséqué. Estoy seguro, y además es su derecho. Ya tendrá tiempo, con el correr de los años, para padecer las gracejadas y groserías de los otros bufones, los de saco y corbata. Mientras, echémonos un hotdog y digamos guácata.

jueves, 5 de mayo de 2011

¿Adónde está Jorge González?

Este texto fue publicado el 2 de octubre de 1997, en la columna "Correvideo" de El Diario de Hoy. Reconozco el lenguaje pretencioso, y la tendencia hasta ahora no reprimida de escribir subordinadas demasiado largas. Lo comparto con pudor.

Rebeldía. El siglo de la televisión y de las anticulturas agoniza, arropado en los falsos oropeles del liberalismo anquilosado y del populismo de etiqueta, mientras los jóvenes de todo el mundo, embobados por MTV y todas sus parodias tercermundistas ven capada su esperanza con las promesas de un nuevo orden, plástico y con una tonadita “technofunk”. La rebeldía, exiliada incluso del diccionario, vaga por las calles, esperando por un alma caritativa que le abra el corazón.
La pantalla chica amaga a veces con darle cobertura, a la boca de los niños que, justo en este octubre mentiroso, serán entrevistados por los periodistas en una nota fresca, pintoresca y sacabuche, enhebrando sus piscuchas. Al son que nos toca el tiempo, en este paisito de Ilobasco, solo los niños siguen siendo rebeldes.
Los ancianos, los mayores, los adultos y demás, sin mediar diferencias de género, religión, ni clase social, hibernan en la comodidad de los convencionalismos, el comentario superficial, el pájaro picón picón y los lugares comunes.
Está prohibido rebelarse. La crítica es un mal mayor, y los que se atreven a blandirla son declarados en cuarentena. Si acaso, se permite una critiquita, chiquita como esperanza de pobre, vacía como ego de desahuciado, insípida como trago sin alcohol.
CNN nos trae imágenes de muerte, con pilas de cadáveres en las calles de Argelia, de Ruanda y Sarajevo. Acá, los muertos –víctimas del genocidio mental propugnado por los hielecillos del micrófono de la pluma y de la cámara, caminan por los centros comerciales, comentando la historia del perico de siete ojos que Cuatro Visión descubrió, “con su estilo único” (TELON PIADOSO…Y RAPIDO). Otros, poetas, muertos de verdad, soportan, desde su tumba; los sesgados recuerdos del Dr. Escobar Galindo.
En la mala hora de los buenos propósitos, cuando la razón, la cultura y el futuro claman por un granito de frescura, por una bocanada de oxígeno y una chance impostergable, sólo queda seguir trabajando, desde los rincones que la ciudad nos regala, por esa utopía: la de una sociedad donde, sembrando rebeldía de la forma más cristiana (¿Qué fue Jesús, sino un rebelde bendito por Dios padre?), cosechemos, aparte de insultos descalificados, nuevos terrenos para el conversatorio y la carcajada.
Mientras, la rebeldía seguirá vagando, con un balón a la diestra y una risa en el costado, exorcizando prejuicios en la “Chapupo Rodríguez”. Gracias por ser.

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA ...