jueves, 27 de abril de 2017

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA pero también como ilustración de los nuevos hábitos de la izquierda política salvadoreña.

No soy fan de Sigfrido Reyes.

Pese a que coincidimos en el gusto por las artes plásticas y la aspiración al cosmopolitismo, creo que es uno de los funcionarios públicos con peor actitud de la última década.

Por actitud no me refiero a que se haga el simpático cuando lo entrevistan o a que sea de los hipócritas que aparecen besando a niños en las campañas electorales.

Lo suyo no es un problema de histrionismo, sino de intolerancia. Más que ninguno de sus colegas de los dos gobiernos del FMLN, Reyes exhibió cada vez que pudo su incapacidad para manejar el disenso y la crítica, con expresiones groseras contra quien fuera, desde políticos de otros partidos hasta embajadores en el país, funcionarios del Órgano Judicial, analistas de distintos sabores y periodistas. Hasta Medardo González, que no tiene un don de gentes, eh, profuso, ha sido más diplomático que el presidente de PROESA.

En su esfera personal, cualquier salvadoreño puede descalificar a quien sea, ser intolerante a otros credos, discriminar por orientaciones sexuales y cultivar el odio. Pero cuando se vive de la función pública, aun si uno es profundamente antidemócrata, debe disimularlo.

A diferencia de esta regla de ordinario sentido común, Reyes y muchos de sus compañeros del partido oficial han dado rienda suelta a un apetito común: exhibir su desprecio por los que piensan diferente, como si todos los que cuestionan su trabajo y preguntan por sus actuaciones fueran execrables criaturas del infierno.

Cuando se ha vivido una década como empleado del servicio público, y cuando se ha construido un patrimonio familiar merced de la generosidad del erario que todos los contribuyentes alimentan con sus impuestos, ser humilde ante la crítica y apoyar con entusiasmo la transparencia no debería ser opcional.

La actitud de Reyes ha ido precisamente en la dirección contraria, y por eso se convirtió en un personaje impopular; era lógico luego de todos los denuestos que repartió en los últimos años y de publicitar más su apoyo a algunas causas internacionales que a las necesidades de la ciudadanía.

Pero solidario con uno de sus cuadros más fieles, el FMLN lo protegió, ofreciéndole una cartera que le garantizara bajo perfil, ser representante gubernamental en la esfera internacional y un salario superior al del presidente de la república.

En lugar de la exposición pública y los repetidos cuestionamientos periodísticos que sufrió como presidente de la Asamblea Legislativa, como cabeza de PROESA nadie le hace tantas preguntas, ni se cuestiona por qué no hay una sola acta de su consejo directivo en el portal de transparencia.

¿Reyes era el hombre ideal para ese trabajo? Quizá... ¿Ese era el trabajo ideal para Reyes? Obviamente no, porque esta semana el Gobierno enmienda los términos y le agrega un inesperado carácter diplomático, con hartos beneficios derivados.

Si el exdiputado tiene todos sus papeles en orden y la investigación que Probidad de la Corte Suprema de Justicia le sigue por presunto enriquecimiento ilícito le es favorable, debemos interpretar ese cambio de diseño de su cargo como solo otra consideración de sus padrinos en el FMLN.

Cualquier otro resultado del proceso que se le sigue, en cambio, nos obligará a aceptar que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ha copiado otro de los rasgos que tanto le criticó a la derecha política, uno de los más odiosos: darle más valor a la militancia que a la decencia.

Un partido político puede sobrevivir por más antipáticos, desubicados y socialmente inválidos que sean sus dirigentes; de lo que no puede salir ileso es de una epidemia de inmoralidad.


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