Lo conocí siendo yo estudiante de octavo grado. Me impresionó que, además de conocer prácticamente cualquiera de mis pobres referencias bibliográficas con una erudición que no por eso lo volvía una persona inaccesible, era trabajador social.
De hecho, fue compañero de estudios de mi madre en la Escuela de Trabajo Social de El Salvador, de tal suerte que aquel hombre al que el total de mis compañeros del Externado San José conoció en aquel cine forum, en una fecha perdida de 1986, como "el licenciado Escobar", para mí ya era, merced a las historias que doña Rebeca contaba de él, "Paco Escobar", a secas.
Ese Paco Escobar del que mi madre me platicara tantas veces en mi preadolescencia era un personaje peculiar, lector de todo lo que se le cruzara por las manos, una potencia intelectual, un hombre generoso, un profesor por naturaleza, un dador de conocimiento, poeta, actor...
Pero ni siquiera la familiaridad con aquel hombre que todas aquellas historias me pudieron despertar me animó a dirigirme a él con un alias distinto al del resto de mis contemporáneos. Esa incapacidad de ponerme a su nivel siquiera al saludarlo por su nombre de pila me persiguió siempre. No la vencieron, ni los años en que fue mi maestro, ni los años en que fui instructor en alguna de sus materias, ni los años en que, ya iniciado en la profesión, me recibió para brindarme generoso consejo.
Si entonces nunca me atreví a decirle sino "licenciado", debo reconocer que siempre lo consideré más maestro que ninguna otra personas de las que he conocido y de las que quizá conoceré.
En homenaje a ese hombre, sólo me cabe decir que, más que su inteligencia, mas que su dominio de la estructura narrativa que lo convirtió en el mejor escritor salvadoreño del último cuarto de siglo, más que su capacidad de convivir en las diferencias pese a crecer en un entorno polarizado, y que incluso más que su profundo sentido de la justicia cristianamente entendida, lo que siempre admiré de él, lo que aprendí de él, fue que la soledad puede ser un método, puede ser una herramienta, e incluso una opción de vida, y que en ella hay tanto valor como en cualquier otra decisión que un hombre tome en su adultez, si al cobijarnos en ella hallamos la felicidad.
Gracias, maestro.
domingo, 9 de mayo de 2010
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El funcionario
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