miércoles, 21 de octubre de 2009

Arena y otras ficciones

Son tiempos difíciles para ser arenero. Supongo.
Serían más fáciles de sobrellevar si los dirigentes de ese partido político tuvieran la disciplina intelectual para sobreponerse al facilismo de la viruta ideológica y analizar las razones, no de su derrota electoral, sino del fracaso de su proyecto.
Estudiar por qué se perdieron unas elecciones es una tarea secundaria. Las razones, que van desde la deficiente comunicación hasta una dupla realmente nefasta, son irrelevantes, a menos que uno sea Rodrigo Ávila. Y ni así.
Trágicamente, en ese partido no se ha producido ni siquiera ese estudio, mucho menos un esfuerzo de entender si esos 20 años de poder casi absoluto hicieron una diferencia en la vida de los millones a los que gobernaron, o si sólo sirvieron para enriquecer a un reducido sector del gran capital salvadoreño y formar una nueva clase media alta, la de sus tecnócratas.
Hoy, esa misma tecnocracia, representada en un grupo de profesionales del poder que de modo curioso prosperó exponencialmente al mismo tiempo que hacía servicio público, es noticia porque “se ha rebelado”. Los “desobedientes” no son sino un grupo de diputados entre propietarios y suplentes, directores departamentales y no sé qué otras cosas más, todos ellos con inconfundibles nexos con el último ex presidente de la República.
“Quieren sabotear al partido”, dice uno; “esto es el saquismo contra el donfulanismo”, analiza uno de los sabios de la tele; “esto es obra del FMLN, faltaba más”, sentencia el de siempre. Y en todos estas líneas de reacción, patrocinadas desde los dueños de Arena, se peca de lo mismo: autocrítica cero, y ni una pizca de sinceridad.
¿Qué podía cultivar un modelo de hacer política en el que lo sectario prima sobre el interés común, sino cuervos de ese calibre? ¿Si el propósito de dos décadas ha sido conservar el poder, las prerrogativas y servirse del Estado sin rendir más cuentas que las cosméticas, qué esperaban de sus más adelantados estudiantes?
Experta en venderle ficciones al país a través de la heterogeneidad de sus órganos, la derecha política nacional sufre ahora este inesperado giro, obra del pragmatismo más descarado posible. Acostumbrada a vivir en estado de guerra contra enemigos inasibles (el comunismo internacional, las armas enterradas después de Chapultepec, el chavismo, el melzelayismo), ahora los reflejos de la maquinaria ideológica no funcionan.
Las baterías areneras de modo paulatino se enfilarán contra un nuevo “eje del mal”. Sus voceros llevarán este tema a ese campo de lo maniqueo, de los buenos conmigo y los malos sin mí en el que se sienten tan cómodos. Habrá quien saque unos cuantos pesos, otro que reciba protección ante los entes contralores, zutano conseguirá unos cuantos votos para sus proyectos, y mengano verá expuestos algunos trapitos al sol. No más.
Y dentro de tres años, acaso los votantes tengan una bandera más que marcar, quizá la mayoría siga marcando las mismas dos que ya sabemos. Lo seguro es que el nuevo pensamiento político de derecha que le urge a El Salvador no saldrá de una Arena que después del principal terremoto de su vida electoral, salió corriendo a ver a su peinadora.

1 comentario:

  1. Qué alegría encontrarte por estos barrios, señor Villalta. A ver si en breve podemos tomarnos un café.

    Roberto

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