miércoles, 7 de octubre de 2009

El mundo al revés

Turismo macabro lo han bautizado. Consiste en recorrer el Cementerio de los Ilustres, escoltado fuertemente por agentes policiales, mientras un guía relata la vida de los salvadoreños ahí enterrados, amén de los adivinables cuentos de aparecidos. Quienes lo practican aprovechan para conocer al mismo tiempo los sitios históricos del centro de San Salvador.
Escuchada en frío, es una buena idea, un modo válido de escapar de la rutina, para algunos el único modo de conocer parques y plazas sepultados en el desorden de nuestra ciudad. Pero después de darle pocas vueltas, no es sino la metáfora más cruda de cómo somos, de cómo son nuestras autoridades, y de lo alrevesado del "salvadorean style of life".
En primer lugar, es la renuncia final de los ciudadanos a sus derechos no elementales, uno de ellos el disfrute del espacio público. Como si fuéramos delincuentes, no hay modo de pasear por ciertas esquinas, ciertas cuadras, ciertas zonas, si no es con el apoyo de la Policía. La situación es así aún cuando esas esquinas, esas cuadras y esas zonas son el patrimonio histórico de todos. Los muertos somos nosotros, deambulando con miedo por el centro, y los vivos son aquellos que viven de la anarquía comercial y urbanística.
El contribuyente renuncia al ocio en la vía pública porque la autoridad, llámesela municipal o estatal, se ha quedado de brazos cruzados, sin entender al espacio público como un reducto inalienable para las expresiones más ordinarias de la vida ciudadana. Y tampoco los empresarios parecen interesados en siquiera fomentar la discusión sobre recuperar no sólo el centro sino la circulación segura por otras zonas de viejo cuño porque a ellos mismos les conviene dejarlo así. De lo contrario, los centros comerciales permanecerían vacíos.
Sí. Es el mundo al revés. Los que hacemos nuestros deberes, los que trabajamos todos los días respetando el sistema lógico de las cosas, estamos confinados a las cuatro paredes, ya sean las de nuestras casas, oficinas o del "mall" más cercano. Ahí van nuestros niños, corriendo adentro de esos armatostes de cemento, con la misma fruición con la que nosotros lo hacíamos en los parques y canchas que colindaban con la colonia, hace ya dos o tres décadas.
Mientras, hombres y mujeres que sirven como peones del juego de la extorsión y el agiotismo, de la ominosa renta, de la rentable piratería, de ese mundo comercial paralelo insultante y visible en el que no se requiere mayor requisito que ser pariente, amigo o mujer de un marero, de un corrupto mando medio municipal, de un activista o de un dirigente de los ambulantes, gozan de los espacios por los que otros incluso pagan impuestos. Eso es lo verdaderamente macabro.
El tiempo pasa, los gobiernos municipales se suceden, unos de un color, otros de otro, coaliciones, sin que ninguno busque los consensos para encarar el problema, ya sea por las buenas, con una mesa multisectorial no excluyente, o por las malas, ya que rescatar el centro o cualquier otra zona implica sacar a los buses del trayecto, y a vendedoras, ya sean de verdad o ya sean las de fachada. ¿Eso es posible sin la fuerza? Tal vez. Pero es imposible sin la voluntad de nuestros líderes.

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