jueves, 12 de agosto de 2010

Apuntes sobre las candidaturas (1a. parte)

El tema de las candidaturas independientes, que permitirían al país dar un importante paso hacia la modernización del ejercicio político y pondrían finalmente a prueba el vigor de instituciones con un adn tan anacrónico como Arena y el Fmln, merece la atención de todos los ciudadanos responsables.
Me parece fundamental que todos opinemos sobre esto y nos informemos a profundidad porque lo está en juego es de una relevancia histórica, y porque es una de las tantas batallas entre un poco de futuro y un mucho de pasado que se libran en nuestra sociedad por estos días.
El patente interés de los partidos políticos, pero sobre todo el de los poderes fácticos detrás de ellos para sabotear esta novedad, que arrebataría eventualmente el monopolio de la representatividad a esos institutos, debe alertarnos.
Solicito al lector desde ya su comprensión. Lo mío no es la filosofía política, pero igual he escrito una serie de reflexiones al respecto. A continuación reproduzco la primera. Agradeceré sus comentarios.

EL MONOPOLIO DE LA REPRESENTATIVIDAD
En la original negativa de los partidos a aceptar las candidaturas independientes, se leen dos nociones lamentables.
La primera es cierto desdén por la calidad de sus conciudadanos que nos dedicamos a otras profesiones, como si el hecho de que ellos no hayan ejercido sus profesiones (en los casos de los que tienen un trabajo distinto a ser, por ejemplo, la esposa de Will Salgado) y en lugar de ello hayan practicado el activismo uno de cada tres años durante buena parte de su vida adulta los hizo mejores que el resto de nosotros.
La segunda es una peligrosa pretensión: el monopolio de la representatividad, toda una paradoja de la filosofía política, pero una consecuencia lógica del modus vivendi de los políticos salvadoreños.
Por naturaleza, la democracia es vertical en cuanto sistema de gobierno: hay quien manda y quien es mandado.
Claro, en las aulas escolares nos enseñaron que es el mando de la mayoría si por tal se entiende que la democracia se somete a la regla mayoritaria en la toma de decisiones (quien recibe más votos, gana) pero no es mando de la mayoría si queremos decir que el mayor número gobierna y el menor número es gobernado.
La democracia tendría que ser un gobierno de muchos pero en realidad es de pocos, pero en el proceso nunca otorga todo el poder a nadie, sino que lo reparte de distintas formas entre mayorías y minorías que se alteran entre sí justamente en función del principio mayoritario.
Hasta ahí, todo está bien, es el abc de la democracia, pero ¿y si esa minoría que gobierna cierra a los demás ciudadanos la posibilidad de figurar entre ese reducido grupo que ejerce el poder?
Mientras la adhesión a un partido político siga siendo la condición sine qua non para aspirar a un cargo público, la democracia seguirá secuestrada por cuatro o cinco marcas desgastadas y sus patrocinadores, entre los cuales por cierto nadie nos garantiza que el crimen organizado ya esté figurando.

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