miércoles, 23 de abril de 2014

País arrebatado

Esta columna fue publicada el 15 de noviembre de 2000, en un espacio llamado Para Ver Llover, de la sección de Espectáculos de El Diario de Hoy. Vista casi década y media después, lamento decir que nada ha mejorado, exceptuando quizá el modo de escribir, si acaso menos rocambolesco, del autor, de ustedes servidor.
 
El Salvador es el paraíso de delincuentes y de los periodistas de sucesos. Los primeros asaltan, violan, extorsionan y secuestran a discreción; los segundos nos escandalizan contándonos que, de cada diez delitos, la Fiscalía suele detener a cinco culpables presuntos, sólo para dejar escapar posteriormente a cuatro, previo regaño de los jueces. ¿El quinto? Ese escapa del penal con una sonrisa de oreja a oreja, disfrazado de hipopótamo.
Entender a este país, que asiste al nuevo milenio convertido en un emporio del crimen organizado a ciencia y paciencia de los legisladores, supone voltear al pasado con paciencia, honestidad y valor. La madeja social que, a estas alturas de la bitácora cuscatleca luce como una telaraña con viudas negras encorbatadas, listas para dar el zarpazo a sufridos cinco millones de hormigas, comenzó a formarse hace décadas, cuando el autoritarismo, la pobreza rural, el hacinamiento urbano y el sometimiento de la justicia a los caprichos del poder se instalaron en el rostro de una nación.
Los noventas trajeron la paz armada, pero no la conciliación social. La postergación de esa asignatura, cobardemente borrada de la agenda gubernamental, sólo sirvió para desconsolar a nuevas generaciones de ciudadanos.
Con la identidad de postguerra a cuestas, una profunda desesperanza, el descreímiento automático en las instituciones y ahora esta ola delincuencial, los jóvenes salvadoreños se preguntan, por un lado, de dónde venimos, velado reclamo a nuestros mayores, y por el otro, adónde nos llevan.
Es difícil saber en qué parte de la realidad se esconde la verdad, en qué retazo del país se encuentra la justicia. El crimen luce omnipresente, omnisciente, omnipotente. Monstruo de mil cabezas, cuando se le cercena una, la siguiente crece, más fuerte, más voraz, impenetrable.
Aún no somos Colombia, donde ya no se diferencia entre los narcos, la guerrilla, los paramilitares y los escuadrones de la muerte. Aún no somos Oriente Medio, porque nuestro fervor religioso no llega para tanto, no tenemos lugares santos y, sobre todo, si no tenemos agua potable, 'cuantimás' petróleo debajo de la cama.
Así pues, alegrémonos. Nuestra patria (ojo, no confundir con el cementerio de periodistas patrocinado por un partido político) todavía no consigue medalla en el campeonato mundial de violencia, pero ya casi. En nuestras manos, la de decenas de miles de adultos jóvenes, puede hallarse la fórmula para salir del resumidero. Nos prohibieron entender el pasado, nos exigen someternos a este sórdido presente. Habrá que hinchar la fe para reconstruir el futuro. Pero cómo cuesta... 

1 comentario:

  1. Esta patria esta sangrando. Increible cuantos años con esta hemorragia? Mas de 35 años y pasan gobiernos, pasan asambleas, pasan cortes suprema y nadie nadie le interesa salvar a este país. Nos acostumbramos a una sociedad enferma,dividida, cercenada a balas y cuchilladas, nos acostumbramos a un país que por su enfermedad parece se ha equivocado de ubicación geografica. Y seguro pasaran muchas decadas y esa herida de pais se profundizara cada vez mas o es eso o la sociedad reacciona y a fuerza de mas heridas se buscara rescatar a este país

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