jueves, 1 de mayo de 2014

Esta sí la gana "el Cuate"

Esta nota la escribí hace un año y medio. El profesor Castillo me pidió embargarla hasta nuevo aviso. Creo importante publicarla ahora, para que haya más luz sobre porqué se fue y cómo se fue. La posteo sin cambiarle el título ni una sola palabra.

 

El silencio espartano que sucedió al viaje de Juan de Dios Castillo de vuelta a México induce al equívoco al público, que considera cerrado ese episodio. Mientras, desde la Federación Salvadoreña de Fútbol no se espera menos que una demanda del mexicano por rescisión unilateral de contrato, y se espera que una paralela demanda por abandono de trabajo contra el ex seleccionador tenga éxito.


Luego del fracaso de la selección en la segunda fase de la eliminatoria, Castillo quedo huérfano, considerado mayoritariamente como uno de los principales responsables de la mediocre exhibición a doble partido contra Guyana, y de la derrota ante Costa Rica en el estadio Cuscatlán.
Atrapado por un contrato que lo ligaba al menos otros diez meses al entrenador, y convencido que defender su continuidad equivaldría a erosionar más su imagen, el comité ejecutivo de la Fesfut decidió bajarle el pulgar a Castillo. La aparente dilación que le llevó cesarlo se debió exclusivamente a que se buscaba indemnizarlo con el menor porcentaje posible de la cláusula de 150 mil dólares.
Castillo creyó posible (así de mal relativizó lo que había pasado) su continuidad, y que se le confiaría la misión de renovar al combinado mayor, e incluso informó a la Fesfut que convocaría a la preselección para participar en Copa Uncaf a sus primeros entrenos el 28 de noviembre; confeccionó un listado de jugadores y lo entregó, pero fue detenido en seco el 22 de noviembre por una carta que puede ser la fuerza probatoria estelar de una querella.
Ese día, Castillo recibió un oficio del secretario general de la entidad, el licenciado Juan Valiente, comunicándole tres hechos fundamentales:
a) que quedaba desligado de sus responsabilidades como seleccionador nacional mayor; b) que se le trasladaba a la unidad de planificación y desarrollo; c) que se le cumpliría su contrato en su totalidad.
Aquí está la carta: Carta de despido
De inmediato, el mexicano comenzó a evaluar los escenarios, que iban desde quedarse en un entorno hostil trabajando como asesor pero con el peligro de no tener influjo en las decisiones de los entrenadores de las juveniles -que en aquel momento eran José Luis Rugamas y Mauricio Alfaro-, hasta negociar un mejor porcentaje de la cláusula e irse a su casa, en Monterrey.
El contrato de Juan de Dios Castillo consideraba la asesoría para las selecciones menores pero como una tarea  derivada de su función principal; al menos ese era el planteamiento inicial del ex seleccionador, tal cual lo reconoció en sus contadas entrevistas a los medios de comunicación salvadoreños en los 21 días posteriores a la recepción de la carta.
No fue necesario evaluarlo demasiado para optar por la negociación. Y entonces comenzó la verdadera guerra fría que terminó con dos demandas ante la FIFA, una del ex empleador y una del ex empleado.

NI DINERO NI DIPLOMACIA

De entrada hubo un desencuentro. Castillo pedía la mitad de la cláusula de rescisión del contrato, y la Federación Salvadoreña de Fútbol le ofrecía el 30 por ciento; para ponerlo en verdes, 75 mil dólares sugería el entrenador, y 45 mil ofrecía la Fesfut.
Mientras las conversaciones discurrían con la lógica lentitud del caso, las partes eran bombardeadas con críticas en la esfera pública, pues sin la convicción de la salida del "Cuate", el comité ejecutivo no se animaría a firmar a Agustín Alberto Castillo, aún cuando la decisión de convertirlo en el nuevo seleccionador nacional ya se había tomado a mediados de noviembre.
Pero cuando el mexicano ya había aceptado realizar alguna concesión a la Fesfut, de modo imprevisto las autoridades del fútbol salvadoreño le informaron que ya no viviría en la casa adonde fue instalado originalmente, en Bosques de Santa Elena, y debió alojarse junto con los profesores Francisco Solís y Carlos Villarreal. 

Poco después, le cambiaron chapa a la puerta de su oficina, y no una sino dos veces. La segunda vez, ya no intentó conseguir una copia. La suerte estaba echada.
Cuando, ante la renuencia de Castillo de aceptar menos de la mitad de la cláusula, el comité ejecutivo accedió a pagarle ese porcentaje, la posición del mexicano ya había cambiado: los 150 mil dólares (100 por ciento de los términos de la rescisión) o nada.
Lo que advino fue una sucesión de episodios que no pueden considerarse sino represalias: los empleados de la Fesfut recibieron orden de no hablar con él, debió pagar una multa por que Ernesto Góchez se  retrasó en renovarle su residencia y se discutió con este, y cuando cobró su salario de noviembre, le informaron que se le harían descuentos por renta y otros conceptos que antes no se le habían hecho toda vez que su salario era libre de impuestos según contrato. Ni siquiera accedieron a darle copias de los recibos que había firmado en concepto de sueldo.
Ante ese curso de los acontecimientos, sólo esperó a que su auxiliar, Francisco Solís, arreglara con la Fesfut (el segundo del staff técnico se conformó con un finiquito y un porcentaje de la cláusula, urgido de marcharse porque tenía una hija hospitalizada), arregló su boleto en el aeropuerto, pagó la multa por el cambio de fecha de su viaje, y se fue con las mismas seis maletas con las que vino.

¿PUEDE GANAR LA DEMANDA?

Castillo ha demandado de la Fesfut el pago de salarios y la totalidad de la cláusula. En su argumentación, señala que sus responsabilidades formaban un solo conjunto bajo el concepto de seleccionador nacional mayor de El Salvador, y por ende las tareas podían variar, primigenias o derivadas, pero lo que no podía cambiar era el cargo para el cual había sido contratado.
Y ahí viene la carta referida anteriormente. Si el contrato sería cumplido "en su totalidad", y en él se habla de un rol como entrenador de la selección mayor y de unas condiciones que debían cumplirse en caso de rompimiento unilateral de la relación, la Fesfut deshonró de uno u otro modo lo que pactó con Castillo.
Los argumentos apoyan la demanda del norteamericano, sobre todo el artículo 13 (el principio del cumplimiento obligatorio de los contratos) y 17 (el principio de que en caso de rescisión de un contrato sin causa justificada se deberá pagar una indemnización que se estipulará en el contrato) del Reglamento del Estatuto y Transferencia de Jugadores de FIFA.
Mientras, a su favor la Fesfut tiene una versión de abandono de trabajo de difícil fuerza probatoria; le costará demostrar que Castillo abandonó el trabajo sin razón, no obligado por la carta mencionada.
No estamos sino ante un caso de rescisión de contrato no explícita, una muy mala estrategia de parte de la Fesfut a tenor de todo lo expuesto.
La única causa justificada de una parte para la rescisión de contrato es, normalmente, consecuencia de una violación del contrato por la otra parte. Sin embargo, este es uno de esos casos en los que una parte (la Fesfut) tuvo según su particular análisis una causa justificada para la rescisión de contrato (la eliminación de la selección) pero  la otra parte no puede ser considerada responsable de la violación del contrato, a menos que eso figurara en el acuerdo original, asidero legal que la federación no procuró.
En resumen, la Federación Salvadoreña de Fútbol tendrá que pagar; queriendo evitar una nueva salida en volandas de su seleccionador nacional, firmó un contrato que terminó protegiendo más al empleado que al empleador.

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