miércoles, 23 de septiembre de 2009

Sin tantas vueltas

¿Por qué somos así? No lo sé. Tal vez sea que leemos poco, que el verbo es un arte olvidado, que no tenemos claras nuestras ideas, o que tenemos miedo de ser directos y puntuales. Sea por lo que sea, ¡cómo nos cuesta hablar sin vicios!
Ni monotonía, ni anfibología ni solecismo. El vicio elemental que nos traiciona a los salvadoreños es el de dar vueltas y más vueltas, el de no revelar con claridad lo que pensamos, una suerte de degenerada etiqueta que vuelve bicho raro al que al pan le dice pan.
Entre los principales representantes de este comentarlo todo sin decir absolutamente nada, de esta verborrea sin sustancia, están nuestros funcionarios.
Hace poco, una decena de ellos se pavoneaba, con atronadores aplausos incluidos, de la elección del nuevo fiscal general, y a propósito de la ocasión regalaba emocionadas declaraciones que en el fondo eran sólo eso… dar vueltas y vueltas.
¿No es mejor, pregunto, en lugar de esa falacia de “hemos elegido a un candidato que no representa a ningún interés específico”, decir sin pelos en la lengua “votamos a uno que no tenía aroma a Saca”? ¿O ahorrarse el poco creíble “Astor era una buena ficha pero la sacrificamos en pro del interés común” por un más honrado “nos quitamos dos problemas, a Astor y a Henry Campos”?
A lo que voy es que hace tiempo que se sabe quién, por qué y adónde. Nuestros políticos se mueven en un mundillo poco complejo. Los para qué de sus decisiones son a veces difíciles de discernir, pero generalmente tienen que ver con hacer ganar dinero (o más dinero) a sus patrocinadores, protegerlos de amenazas como un fiscal demasiado preguntón, y garantizarles un clima proclive a sus negocios, sobre todo los que tienen que ver con el Estado.
Tratándose de intereses tan obvios y de acciones tan predecibles, el único biombo que los protege de verse desnudos ante la opinión pública es su deficiencia retórica, una jerga que ha reemplazado los argumentos con epítetos, repleta de eslóganes y baratos lugares comunes, una “forma mentis”.
Semejante preciosura del lenguaje, además de ocultar lo mediocre y poco preparados que son algunos diputados, parece ser contagiosa, a juzgar por lo que se ve, se escucha y se lee estos días. Y la falta de claridad en la expresión suele aparejar una superficialidad en el análisis, como si el ideologismo que la soporta fueran unas gajas que en lugar de precisar la realidad, te volvieran más míope.
Han pasado suficientes cosas en los últimos meses como para que funcionarios, analistas y hacedores de la polis continúen con los mismos tics, y se aferren a lo políticamente correcto. Suficientes mentiras se dijeron en la infancia de nuestra democracia, suficientes mediocres vivieron del erario, suficientes argollas medraron sobre la base del secuestro de la información y el sesgo ideológico.
Es cada vez más claro que el juego es el de siempre, que hay unos preocupados por mantener sus prebendas, que todos los partidos tienen sus clientes debidamente identificados, y que en medio de ese bazar de gangas, la ciudadanía tiene el reto de encontrar vehículos de expresión más convenientes y representativos. Entonces, ¿para qué tantas vueltas?

1 comentario:

  1. Muy buena tu columna Cristian, te felicito... Pero lamento aclararte que el Político que hable con claridad, dejará de ser Político.

    ResponderEliminar

El funcionario

Columna de opinión publicada el domingo 23 de abril de 2017 en la edición print de La Prensa Gráfica, a propósito del presidente de PROESA ...