jueves, 3 de septiembre de 2009

Poveda

El asesinato de Christian Poveda ha conmocionado a miles de personas, sobre todo afuera del país. Reporteros y fotoperiodistas a ambos lados del Atlántico lo lloran; fue ultimado a tiros en una circunstancias que, si bien oficialmente desconocidas, son de fácil recreación para cualquier salvadoreño.
Conversé con él dos veces nada más. Siempre admiré su trabajo, su valor más alla del temor. No era un hombre temerario, de esos que se arriesgan sin saberlo, sino sólo un hombre que preguntaba para los demás, pese al riesgo.
Las maras no son un problema menor; para un creciente porcentaje de la población, es el problema cotidiano, no una ilusión mediática ni un tema de conversación de sobremesa. Entender el fenómeno es menos urgente que proteger a los civiles, y eso no se conseguirá sin rescatar el espacio ciudadano, con lo que eso pueda significar en términos de intervención policial. No es un tema de delincuencia común sino el de la erradicación de un modo de vida que se extiende ominosamente, una subcultura que la mayoría de los salvadoreños detesta.
Poveda lo recreó como lo haría un antropólogo porque en efecto, las maras están mudando, de ser un modo de entender la realidad, a un Estado dentro del Estado, uno que terminó matándolo.

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